viernes, 21 de diciembre de 2012

Historias del buda en Bodhgaya

Desde Varanasi o Benarés, Ellina, Andreas y yo nos dirigimos a Bodhgaya, el lugar donde Siddharta Gautama alcanzó la iluminación sentadito bajo un árbol. El otro amigo del grupo meditativo, Kiam, se quedó algunos días más en Varanasi para seguir aprendiendo a tocar el djembé.
Nada más salir del tren en Gaya cogimos un tuk-tuk junto con Joan (un gerundés que se conocía la india muy bien) para llegar hasta la cercana Bodhgaya. En el camino, entre saltos y mucho polvo, le comenté que no sabía qué lugares visitar en India y él me fue recomendando algunos. Como mi cerebro no tiene la capacidad de memorizar cada palabra que recibe, le dije que me lo tenía que apuntar y me constestó que seguro que nos encontraríamos más veces y que me haría una lista.
Ya en Bodhgaya Joan se fue para un hotelito y nosostros nos fuimos a buscar un monasterio donde nos hospedaran y nos alimentaran a precio de ganga. Pero la tarea no resultó nada fácil, en estos días se estaba celebrando un festival de canto de monjes budistas de todo el orbe asiático y estaba casi todo lleno. Pudimos encontrar sitio en el International Meditation Centre, un lugar regido por los budistas de Bangladesh. El monje jefe nos asignó a los tres una habitación patética, llena de mosquitos, con humedades en las paredes y unas camas lamentables con sábanas mugrientas y llenas de lamparones, pelambreras y tierra. Además a mi me tocó un camastro que no tenía colchón, sino unas jarapas sobre los tablones de madera. El baño daba asco, allí vivía otro gran enjambre de mosquitos y de la ducha solo salía un hilillo de agua.
Andreas me prestó su piel de oveja para amortiguar la dureza del camastro y como afortunadamente, llevo una red antimosquitos y antes de dormir me lavé con un cubo de agua bien fría, al final resultó que no dormí tan mal.

A la mañana siguiente declaré mi intención de no permanecer en ese lugar tan apestoso ni un minuto más. Ellina estuvo de acuerdo, y Andreas casi también, aunque decía que el lugar le transmitía buenas sensaciones (¿!!!!!?)
Después visité el centro concienzudamente y allí había un edificio aparte para los cursos de Vipassana donde las habitaciones eran decentes. Después de meditar en el salón del dhamma fuimos a ver al monje jefe, todo azafranado, a preguntarle si nos podía cambiar al otro edificio, que estaba vacío, o si no nos íbamos. Nos contestó que no nos podía dar alojamiento en el estupendo, limpio y desinfectado edificio, pero que nos podría cambiar a una habitación de la planta superior de donde estábamos. Así que nos marchamos y nos alojamos en una posada limpia y con una población de mosquitos bajo control.
Tras estos incidentes nos fuimos a visitar Mahabodhi Mahavihara, el lugar donde hace 2.500 años, día arriba, día abajo, el buda alcanzó la iluminación sentadito bajo un espléndido arbol del género Ficus Religiosa. Lo hicimos junto con una monjita de Calcuta a la que ni yo ni nadie entendíamos, y con la que cualquier conversación se parecía al diálogo habitual entre los besugos, o pagellus bogaraveo.
En la entrada del complejo me encontré con Joan y me senté con él a charlar y para que me escribiera la ruta de lo más extraordinario de India y así, además, no tener que estar mucho con la monjita ininteligible.

Terminada la larga conversación entré en el recinto sagrado. Actualmente en el lugar hay un árbol con el mismo ADN que el original de la iluminación. Resulta que años después de la muerte del buda, alguien sacó un esqueje y lo llevó a Ceilán. Con el paso de los siglos un rey de la zona mandó cortar el árbol pero cuando tiempo después se volvió a añorar el original, se trajo de Ceilán un esqueje del árbol que en su día fue un esqueje.
Detrás del árbol se alza una enorme estupa piramidal de manufactura algo vulgar. En su interior hay una pequeña sala con la estatua de un buda donde la gente se postra, confundida, como si de un dios se tratara.
El templo de Bodhgaya estaba estos días de lo más animado porque como escribía antes, había un festival de canto de monjes budistas. En las explanadas escalonadas de alrededor del templo y árbol había numerosas carpas llenas de monjes y monjas, ninguno con melenas, y todos bermellones, naranjuelos, azafranados o alimonados. El espectáculo era de lo más llamativo y colorido aunque a veces, los cantos eran tan chirriantes que lejos de elevarte al nirvana parecía que te querían mandar al submundo de los rechinos.
Enseguida Ellina y Andreas se situaron bajo el árbol a meditar pero yo no pude: estaba excitadísimo con la jauría humana y me puse a pasear saludando al personal, jugando con los pequeños monjes y, en fin, disfrutando con el exotismo del lugar.
Para terminar la jornada Andreas y yo nos fuimos a la carpa de los monjes tibetanos a escuchar los mantras roncos del lama y la música de trompetazos y tamborazos destinada a espantar a los malos espíritus (pero nosotros resistimos). Al final del día Andreas tenía tal cara de felicidad que parecía que estaba iluminado. El buen tipo no anda lejos.

Al día siguiente me volví a encontrar con Joan que nos propuso ir todos juntos a hacer una excursión por los alrededores para visitar los lugares por donde habitó Siddharta Gautama antes de sentarse definitivamente bajo el árbol.
Contratamos a un taxista pendenciero como todos y nos dirigimos en primer lugar a unas cuevas donde el señor buda estuvo meditando y sufriendo por largo tiempo hasta quedar extenuado y al borde de la muerte. Las cuevas, a los pies de una montaña, están protegidas por un monasterio tibetano y en sus cuestas y arboledas habitan una gran cantidad de gente mísera que vive de la caridad, y unos grandes y bellos simios de apareciencia afable y elegante pero realmente primitivos, violentos y maleducados que me recordaron a nuestros empresarios, políticos y banqueros.
Después nos fuimos a visitar un templete junto a un riachuelo donde el buda, antes de serlo, cayó desmayado. La historia es como sigue:

Siddharta Gautama había tenido cuatro maestros que le habían ido dictando el camino a seguir para la iluminación. Al comienzo de su aprendizaje todas las pruebas las superaba con facilidad, pero había un punto donde no podía avanzar más. Por ello decidió retirarse a meditar en soledad a las cuevas, siguiendo con gran ascetismo enormes sacrificios físicos como no alimentarse y meditar hasta la extenuación. Aún así no conseguía avanzar en su camino. Cuando ya no pudo más, tambaleante y moribundo se puso en pié y caminó cuesta abajo camino del río (que por cierto quedaba bastante lejos). Cuando por fin llegó a su orilla cayó desmayado y allí habría muerto si no fuera porque una pastorilla le ofreció algo de leche y frutas. Esto le recobró y en ese momento pasó por el río una barca donde iba un profesor de música y su alumna. El profesor portaba una cítara y le explicaba que para afinar correctamente el instrumento, las cuerdas no se debían dejar demasiado flojas pues la cítara no sonaría, ni tampoco tensarlas en exceso pues el instrumento se rompería y quedaría inservible.
Esto le dio a Gautama la idea del camino del medio. Sin la actitud ni el esfuerzo necesario no se pueden llevar a cabo las metas propuestas, pero si se excede en su aplicación el cuerpo no resistirá y tampoco se podrán alcanzar.
Con esta idea en la cabeza, Gautama se marchó a lo que después fue Bodhgaya, eligió un cómodo y sombreado árbol, y bien bebido y comido, y con la amorosa presencia a ratos de una novieta, se puso todo contento a meditar y en nueve días alcanzó la iluminación.
El buda estaba tan feliz que enseguida se fue a visitar a sus maestros para contarles la buena nueva. Estos vivían sufriendo penalidades en un bosque y cuando vieron llegar al buda decidieron ignorarlo porque se habían enterado que ya no practicaba el ascetismo extremo, se le veía sanote y además tenía una chavala. Sin embargo, según llegaba, su alma relucía tanto que los maestros no podían dejar de mirarle y asombrarse por un no-se-qué que desprendía. El buda les saludó ardorosamente y les contó qué tal le había ido en los últimos tiempos. Los maestros quedaron convencidos y prendados por la presencia del iluminado y se convirtieron en discípulos suyos.

Además del gran complejo Mahabodhi Mahavihara o templo de Bodhgaya, en el pueblo hay monasterios y templos de todas las naciones y ramas budistas. También está lleno de turistas, hotelitos, restaurantes, tiendas, puestos de artesanías, lisiados y mutilados, niñós que piden por las calles, vacas, perros, ruido, basura, taxistas, suciedad, contaminación. En India todo convive.
Antes de abandonar Bodhgaya visité un gran buda pétreo de fabricación japonesa, impresionante, también el templo zen donde medité unos minutillos junto con otros extranjeros, y el templo de bhutan con verdes paredes abarrotadas de pequeñas esclturas con pasajes de la vida de buda y donde un monje nos ofreció un pequeño concierto de platos de chapa.
El siguiente destino era Khajuraho y sus impresionantes templos llenos de sensuales esculturas. Íbamos a seguir camino Ellina y yo pues Andreas se había quedado prendado con el International Meditation Centre de Bangladesh e iba a hacer otro curso de Vipassana, seguramente de 5 días.
Me despedí del bueno de Joan que aún seguiría unos días más en Bodhgaya y al que igual me lo vuelvo a encontrar en el futuro en las ignotas tierras de Birmania.

Y aquí va el pequeño album de fotos de BODHGAYA.

Saludos y buen fin de los tiempos.

PD: Y esta es la ruta que seguramente seguiré en India (si es que el mundo no se termina de sopetón), aunque me dejaré llevar por el momento e igual termino en cualquier otro lugar. Gracias Joan:

VARANASI --> BODHGAYA --> KAJURAHO --> ORCHHA --> BUNDI --> PUSHKAR --> JHODPUR --> JAISALMER --> RANAKPUR --> KUMBALGARTH --> UDAIPUR --> BHUJ --> BOMBAI --> AGONDA --> BENAULIM --> MARGAO  --> MYSORE --> GOKARNA --> HAMPI --> PONDICHERRY --> AUROVILLE --> CHENNAI.... casi nada (ahora voy por Bundi)



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