Desde Varanasi o Benarés, Ellina, Andreas y yo nos dirigimos a Bodhgaya,
el lugar donde Siddharta Gautama alcanzó la iluminación sentadito bajo
un árbol. El otro amigo del grupo meditativo, Kiam, se quedó algunos
días más en Varanasi para seguir aprendiendo a tocar el djembé.
Nada
más salir del tren en Gaya cogimos un tuk-tuk junto con Joan (un
gerundés que se conocía la india muy bien) para llegar hasta la cercana
Bodhgaya. En el camino, entre saltos y mucho polvo, le comenté que no
sabía qué lugares visitar en India y él me fue recomendando algunos.
Como mi cerebro no tiene la capacidad de memorizar cada palabra que
recibe, le dije que me lo tenía que apuntar y me constestó que seguro
que nos encontraríamos más veces y que me haría una lista.
Ya en
Bodhgaya Joan se fue para un hotelito y nosostros nos fuimos a buscar un
monasterio donde nos hospedaran y nos alimentaran a precio de ganga.
Pero la tarea no resultó nada fácil, en estos días se estaba celebrando
un festival de canto de monjes budistas de todo el orbe asiático y
estaba casi todo lleno. Pudimos encontrar sitio en el International
Meditation Centre, un lugar regido por los budistas de Bangladesh. El
monje jefe nos asignó a los tres una habitación patética, llena de
mosquitos, con humedades en las paredes y unas camas lamentables con
sábanas mugrientas y llenas de lamparones, pelambreras y tierra. Además a
mi me tocó un camastro que no tenía colchón, sino unas jarapas sobre
los tablones de madera. El baño daba asco, allí vivía otro gran enjambre
de mosquitos y de la ducha solo salía un hilillo de agua.
Andreas me
prestó su piel de oveja para amortiguar la dureza del camastro y como
afortunadamente, llevo una red antimosquitos y antes de dormir me lavé
con un cubo de agua bien fría, al final resultó que no dormí tan mal.
A
la mañana siguiente declaré mi intención de no permanecer en ese lugar
tan apestoso ni un minuto más. Ellina estuvo de acuerdo, y Andreas casi
también, aunque decía que el lugar le transmitía buenas sensaciones (¿!!!!!?)
Después
visité el centro concienzudamente y allí había un edificio aparte para
los cursos de Vipassana donde las habitaciones eran decentes. Después de
meditar en el salón del dhamma fuimos a ver al monje jefe, todo
azafranado, a preguntarle si nos podía cambiar al otro edificio, que
estaba vacío, o si no nos íbamos. Nos contestó que no nos podía dar
alojamiento en el estupendo, limpio y desinfectado edificio, pero que
nos podría cambiar a una habitación de la planta superior de donde
estábamos. Así que nos marchamos y nos alojamos en una posada limpia y
con una población de mosquitos bajo control.
Tras estos incidentes
nos fuimos a visitar Mahabodhi Mahavihara, el lugar donde hace 2.500
años, día arriba, día abajo, el buda alcanzó la iluminación sentadito
bajo un espléndido arbol del género Ficus Religiosa. Lo
hicimos junto con una monjita de Calcuta a la que ni yo ni nadie
entendíamos, y con la que cualquier conversación se parecía al diálogo
habitual entre los besugos, o pagellus bogaraveo.
En la
entrada del complejo me encontré con Joan y me senté con él a charlar y
para que me escribiera la ruta de lo más extraordinario de India y así,
además, no tener que estar mucho con la monjita ininteligible.
Terminada
la larga conversación entré en el recinto sagrado. Actualmente en el
lugar hay un árbol con el mismo ADN que el original de la iluminación.
Resulta que años después de la muerte del buda, alguien sacó un esqueje y
lo llevó a Ceilán. Con el paso de los siglos un rey de la zona mandó
cortar el árbol pero cuando tiempo después se volvió a añorar el
original, se trajo de Ceilán un esqueje del árbol que en su día fue un
esqueje.
Detrás del árbol se alza una enorme estupa piramidal de
manufactura algo vulgar. En su interior hay una pequeña sala con la
estatua de un buda donde la gente se postra, confundida, como si de un
dios se tratara.
El templo de Bodhgaya estaba estos días de lo más
animado porque como escribía antes, había un festival de canto de monjes
budistas. En las explanadas escalonadas de alrededor del templo y árbol
había numerosas carpas llenas de monjes y monjas, ninguno con melenas, y
todos bermellones, naranjuelos, azafranados o alimonados. El
espectáculo era de lo más llamativo y colorido aunque a veces, los
cantos eran tan chirriantes que lejos de elevarte al nirvana parecía que
te querían mandar al submundo de los rechinos.
Enseguida Ellina y
Andreas se situaron bajo el árbol a meditar pero yo no pude: estaba
excitadísimo con la jauría humana y me puse a pasear saludando al
personal, jugando con los pequeños monjes y, en fin, disfrutando con el
exotismo del lugar.
Para terminar la jornada Andreas y yo nos fuimos a
la carpa de los monjes tibetanos a escuchar los mantras roncos del lama
y la música de trompetazos y tamborazos destinada a espantar a los
malos espíritus (pero nosotros resistimos). Al final del día Andreas
tenía tal cara de felicidad que parecía que estaba iluminado. El buen
tipo no anda lejos.
Al día siguiente me volví a encontrar con
Joan que nos propuso ir todos juntos a hacer una excursión por los
alrededores para visitar los lugares por donde habitó Siddharta Gautama
antes de sentarse definitivamente bajo el árbol.
Contratamos a un
taxista pendenciero como todos y nos dirigimos en primer lugar a unas
cuevas donde el señor buda estuvo meditando y sufriendo por largo tiempo
hasta quedar extenuado y al borde de la muerte. Las cuevas, a los pies
de una montaña, están protegidas por un monasterio tibetano y en sus
cuestas y arboledas habitan una gran cantidad de gente mísera que vive
de la caridad, y unos grandes y bellos simios de apareciencia afable y
elegante pero realmente primitivos, violentos y maleducados que me
recordaron a nuestros empresarios, políticos y banqueros.
Después nos
fuimos a visitar un templete junto a un riachuelo donde el buda, antes
de serlo, cayó desmayado. La historia es como sigue:
Siddharta
Gautama había tenido cuatro maestros que le habían ido dictando el
camino a seguir para la iluminación. Al comienzo de su aprendizaje todas
las pruebas las superaba con facilidad, pero había un punto donde no
podía avanzar más. Por ello decidió retirarse a meditar en soledad a las
cuevas, siguiendo con gran ascetismo enormes sacrificios físicos como
no alimentarse y meditar hasta la extenuación. Aún así no conseguía
avanzar en su camino. Cuando ya no pudo más, tambaleante y moribundo se
puso en pié y caminó cuesta abajo camino del río (que por cierto quedaba
bastante lejos). Cuando por fin llegó a su orilla cayó desmayado y allí
habría muerto si no fuera porque una pastorilla le ofreció algo de
leche y frutas. Esto le recobró y en ese momento pasó por el río una
barca donde iba un profesor de música y su alumna. El profesor portaba
una cítara y le explicaba que para afinar correctamente el instrumento,
las cuerdas no se debían dejar demasiado flojas pues la cítara no
sonaría, ni tampoco tensarlas en exceso pues el instrumento se rompería y
quedaría inservible.
Esto le dio a Gautama la idea del camino del
medio. Sin la actitud ni el esfuerzo necesario no se pueden llevar a
cabo las metas propuestas, pero si se excede en su aplicación el cuerpo
no resistirá y tampoco se podrán alcanzar.
Con esta idea en la
cabeza, Gautama se marchó a lo que después fue Bodhgaya, eligió un
cómodo y sombreado árbol, y bien bebido y comido, y con la amorosa
presencia a ratos de una novieta, se puso todo contento a meditar y en
nueve días alcanzó la iluminación.
El buda estaba tan feliz que
enseguida se fue a visitar a sus maestros para contarles la buena nueva.
Estos vivían sufriendo penalidades en un bosque y cuando vieron llegar
al buda decidieron ignorarlo porque se habían enterado que ya no
practicaba el ascetismo extremo, se le veía sanote y además tenía una
chavala. Sin embargo, según llegaba, su alma relucía tanto que los
maestros no podían dejar de mirarle y asombrarse por un no-se-qué que
desprendía. El buda les saludó ardorosamente y les contó qué tal le
había ido en los últimos tiempos. Los maestros quedaron convencidos y
prendados por la presencia del iluminado y se convirtieron en discípulos
suyos.
Además del gran complejo Mahabodhi Mahavihara o templo de
Bodhgaya, en el pueblo hay monasterios y templos de todas las naciones y
ramas budistas. También está lleno de turistas, hotelitos,
restaurantes, tiendas, puestos de artesanías, lisiados y mutilados,
niñós que piden por las calles, vacas, perros, ruido, basura, taxistas,
suciedad, contaminación. En India todo convive.
Antes de abandonar
Bodhgaya visité un gran buda pétreo de fabricación japonesa,
impresionante, también el templo zen donde medité unos minutillos junto
con otros extranjeros, y el templo de bhutan con verdes paredes
abarrotadas de pequeñas esclturas con pasajes de la vida de buda y donde
un monje nos ofreció un pequeño concierto de platos de chapa.
El
siguiente destino era Khajuraho y sus impresionantes templos llenos de
sensuales esculturas. Íbamos a seguir camino Ellina y yo pues Andreas se
había quedado prendado con el International Meditation Centre de
Bangladesh e iba a hacer otro curso de Vipassana, seguramente de 5 días.
Me
despedí del bueno de Joan que aún seguiría unos días más en Bodhgaya y
al que igual me lo vuelvo a encontrar en el futuro en las ignotas
tierras de Birmania.
Y aquí va el pequeño album de fotos de BODHGAYA.
Saludos y buen fin de los tiempos.
PD:
Y esta es la ruta que seguramente seguiré en India (si es que el mundo
no se termina de sopetón), aunque me dejaré llevar por el momento e
igual termino en cualquier otro lugar. Gracias Joan:
VARANASI
--> BODHGAYA --> KAJURAHO --> ORCHHA --> BUNDI -->
PUSHKAR --> JHODPUR --> JAISALMER --> RANAKPUR -->
KUMBALGARTH --> UDAIPUR --> BHUJ -->
BOMBAI --> AGONDA --> BENAULIM --> MARGAO --> MYSORE -->
GOKARNA --> HAMPI --> PONDICHERRY --> AUROVILLE -->
CHENNAI.... casi nada (ahora voy por Bundi)
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