sábado, 1 de diciembre de 2012

La historia casi mágica del bastón de oración en los himalayas

Cuando estuve la primera vez en Nepal, en la Media Vuelta al Globo, hice el trekking de los Annapurnas. Para ello me había llevado desde Madrid un estupendo y nuevo bastón de aluminio para ayudarme a caminar. Después de haberlo transportado dentro de mi mochila durante dos meses por toda Europa, Siberia, Mongolia, China, Tibet y parte de Nepal, el segundo día de caminata, en un pequeño descanso, se me olvidó recogerlo y cuando a los pocos minutos me di cuenta, di la vuelta para recuperarlo pero ya se lo habían llevado porque en esos momentos había estado pasando mucha gente por el camino.
Sin embargo a las pocas horas de seguir mi trayecto, pasé por una zona de bambús y pensé que podía cortar un tronquito y utilizarlo como bastón. Dicho y hecho, el bastón resultó ser estupendo: cómodo, ligero, resistente y flexible. Al día siguiente, al pasar por una aldea budista, desde donde ya se veían los Annapurnas, un lugar maravilloso que rememoraba al mítico Shangri La, encontré unas banderas de oración viejas a los pies de una estupa rodeada de pequeños cauces de agua. Cogí las banderitas que parecían estaban mejor y las até a la parte superior del bastón. Así, seguí caminando todos los Annapurnas con mi bastón de oración.
Además de su buena función práctica, el bastón resultó de gran éxito de crítica y púbico, pues mucha gente se quedaba admirada por mi ingenio y me preguntaban qué era lo que me ayudaba a caminar.

Así, en esta ocasión de nuevo en los himalayas, dos años después, y para hacer los trekkings de Everest y de Langtang, no tuve dudas, quería hacerme de nuevo con un bastón de oración.
En el primer día de caminata hacia el Everest, lo primero que hice al encontrar un arbusto de bambu, junto a un riachuelo, fue seleccionar una ramita adecuada para convertirla en mi bastón. Un hombre que allí vivía me vió y con su machete vino a ayudarme cortando la rama correctamente. Dos días después, al pasar por una bella estupa con banderas de oración cerca del paso de Lamyura La, que da entrada a la región Sherpa, vi unas cuantas banderas en el suelo y cogí una de ellas. De nuevo tenía un bastón de oración para caminar por las montañas del Himalaya, y de nuevo fue un gran éxito de crítica y público. La gente me preguntaba qué era ese obtejto tan maravilloso que portaba, los niños se sorprendian y me cogían el bastón para jugar con él, y otros viajeros me reconocían por ser el montañero del bastón de oración. Hasta alguno me hizo fotos por ser yo un recuerdo de sus andanzas por el himalaya.
Después del Everest vino el trekking de Langtang y seguí con el bastón de oración, que a estas alturas estaba ya muy modificado: le había puesto un tacón de caucho que me encontré abandonado el día que vi que debía ponerle uno por estar ya muy desgastado de tanto caminar; llevaba algunas cuerdecitas atadas en la parte baja porque del uso se había ido abriendo la madera. También llevaba celofán de una vez que resbalé y caí encima, tronchándolo.
Pero la cosa era, ¿qué hacer con el bastón cuando terminara mis aventuras montañeras?. Rápidamente encontré la solución. En las afueras de Kathmandu hay un monasterio budista, el de Kopan (precisamente el monasterio del lama español, Osel Hita, nacido en las Alpujarras), que yo quería visitar, así que pensé que podría ir hasta allí caminando desde la estupa de Boudanath y dejarlo en el monasterio a los piés del buda, como ofrenda.
Un día estando en Kathmandu decidí ir al monasterio de Kopan desde Boundanath, y no fui solo, fui con una chica alemana con la que había coincidido varias veces en el trekking de Langtang y a la que había contado lo que quería hacer. Ese día era fiesta nacional en Nepal y la gente cantaba y bailaba por las calles vestidos con sus mejores galas (las fotos de Kathmandu donde aparecen niñas bailando y luego la gran estupa de Boudhanath son de ese día).
Resultó que el monasterio de Kopan estaba mucho más lejos de lo que esperaba y la caminata fue larga y algo caótica porque no seguimos la ruta buena para llegar hasta allí y dimos muchos rodeos.
Cuando finalmente llegué al monasterio de Kopan resultó que estaba cerrado porque se estaba celebrando el curso de noviembre dirigido a formar a nuevos budistas. Yo estaba decidido a entrar y cuando llegó un coche abrieron las puertas e intenté colarme, pero el guarda me las cerró en mis narices mientras me empujaba para que no entrara.
Pensé en saltar la valla, pero tenía alambres de espinos, también pensé en lanzar el bastón al interior, pero me parecía un final un poco lamentable para tantas aventuras.
Así que abandoné las inmediaciones del monasterio de Kopan e iba caminando hacia la estupa de Boudanath cabizbajo apoyado en mi querido bastón y pensando qué hacer, cuando aparecieron dos sorprendidos niños que empezaron a señalarme el bastón para que se lo dejara. Como tantas veces había pasado, les di el bastón para que jugaran, lo cogieron y empezaron a saltar con él y a hacer cabriolas, y de repente echaron a correr y desaparecieron tras unos edificios. Me quedé perplejo, nunca unos niños habían intentado quedarse con el bastón, pero fue precisamente ese día, ese momento, cuando no pude dejarlo en el monasterio, en el que los niños me lo arrebataron. Comprendí que se había cumplido lo que pretendía, dejar el bastón allí, pero no como ofrenda al buda, sino mediante un hecho inesperado. Mi perplejidad la compartí con la chica alemana y le dije que bueno, había aparecido la solución a qué hacer con el bastón. Nos marchamos del lugar sin intentar buscar a los niños, ni tampoco estos hicieron por aparecer, y fui coprendiendo, lleno de alegría y sorpresa, que se había producido un hecho casi mágico.

FIN.


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